La naturaleza del mal

sábado, 6 de marzo de 2010 by El creyente agnostico

Son el absoluto, el arquetipo de los ideales, el bien y el mal, enzarzados por siempre en la encarnizada lucha por las almas de los mortales. Tan opuestos como el blanco y el negro, sin matices grises intermedios.

Éstos son los conceptos, el bien y el mal. Absolutos, inamovibles. No hay justificación para un acto puramente perverso, pues no hay matiz gris; y un acto de bondad aunque a menudo aporta un provecho personal es en sí mismo absoluto por cuanto a su medida está basado en la intención. Esto está compendiado en nuestras creencias en los dioses, pero ¿y las razas mortales, los seres racionales como los humanos? Aquí el tema se torna confuso, el absoluto se vuelve impreciso.

Para muchos es una simple ecuación: soy islamista, y los islamistas son terroristas, así que soy terrorista.

Se equivocan. ¿Qué es un ser racional sino una elección? Y no puede haber mal ni bien sin intención. Es cierto que existen personas que muestran una inclinación hacia el mal, en tanto que otros, tienden hacia el concepto del bien. Pero incluso entre estas, a las que muchos consideran personificaciones de un absoluto, son los actos e intenciones individuales los que, a fin de cuentas, deciden. Conocí a un islamista que no era un intolerante; yo soy un cristiano que no ha sucumbido al fanatismo fundamentalista. Con todo, son pocos los que pueden afirmar tal cosa, así que las generalidades se imponen

Los humanos son curiosos y diversos. Aquí la ecuación y las expectativas se entremezclan. Aquí la percepción es la soberana suprema. Aquí la intención está oculta a menudo, es secreta. Somos expertos en tejer una máscara de justificación. Somos expertos en discurrir excusas, en proclamar buena intención al final. Somos expertos en creer nuestras propias afirmaciones. ¿Cuántas guerras se han sostenido, defendiendo ambos bandos que dios, un dios bondadoso, estaba de su lado y en sus corazones?

Pero el bien no es algo tangible. Lo que en una cultura es el “bien” no puede ser el “mal” en otra. Tal cosa puede ser cierta en conductas más o menos circunstanciales, pero no en la esencia del concepto. Este es absoluto.

Tiene que serlo. La bondad es la celebración de la vida y el amor; la aceptación de los demás y el deseo de progresar hacia el bien, hacia un mundo mejor. Es la ausencia del orgullo y la envidia; la voluntad de compartir nuestros gozos y regocijarnos con los logros de otros. Es estar por encima de cualquier justificación porque lo que importa es lo que realmente hay en todos y cada uno de nuestros corazones. Si una persona hace algo malo, que teja su máscara si quiere, pero no lograra ocultar la verdad, el absoluto, que anida desnudo dentro de nuestro propio corazón.

Hay un lugar en nuestro interior donde no podemos ocultarnos de la verdad, donde la moral es juez. Admitir la verdad de nuestros actos es estar ante ese tribunal, donde el proceso es irrelevante. El bien y el mal son intenciones, y la intención no tiene justificación.

Alguien de buen corazón se presenta ante este tribunal con una disposición y entrega total. Vi ese progreso vital en su interior, y vi el resultado: Honestidad, el logro humano más sublime y, sin embargo, más humilde.

El malvado irá a ese tribunal. Puede que no lo haga hasta el día de su muerte, pero irá, como al final iremos todos; y qué agonía experimentará cuando la verdad de su malvada existencia se exponga ante él. Ruego porque llegue pronto a eso, y mi deseo no es producto de la venganza, ya que esta es una plegaria vacía. Ojala llegue por propia voluntad a ese lugar privado en el interior de su corazón para que vea la verdad de así corrija su proceder. Hallará alegría en su penitencia, verdadera armonía que jamás conocerá si sigue por el mismo camino.

Yo voy a ese lugar en el interior de mi corazón tan a menudo como me es posible a fin de escapar de la trampa de una fácil justificación. Es un lugar desnudo, penoso, pero sólo allí podemos progresar hacia el bien; sólo allí, donde ninguna máscara puede justificarnos, nos es posible ver la verdad de nuestras intenciones, y, en consecuencia, la verdad de nuestros actos. Sólo allí, donde la virtud es juez, nacen los héroes.